Cuántas veces nos juzgamos (y sentenciamos) por tener emociones distintas a las que nos gustaría tener, o distintas a las que creemos que son más adecuadas. Pues sabes? resulta que las emociones no se eligen. Que vienen solas. Que muchas veces no son la que nos gustaría, ni con la intensidad que nos gustaría. Sin embargo, la buena noticia es que sí somos responsables de cómo las gestionamos, de qué hacemos con ellas, incluso de regular esa intensidad con la que han llegado. Porque no es lo mismo estar enfadado que estar iracundo. Porque no es lo mismo mostrar mi enfado que pagar mi enfado.

Tengo miedo.         Estoy muy nervioso.         Cuánta ansiedad tengo.         Estoy tan asustado que no paro de llorar.         Estoy enfadado, rabioso.         Tengo que estar fuerte.         Debería estar contento, otros están peor que yo.         Esto es injusto, no me merezco esta situación.         Tengo que estar agradecido por lo que tengo en vez de estar pensando en todo lo malo.         Espero que nadie se de cuenta de lo mal que lo estoy pasando.

¿Te suena? ¿Has tenido alguno de estos pensamientos?

Es importante recordar que todas las emociones son válidas, pero no lo son todas las formas de expresarlas.

Recuerda, las emociones no se eligen: no te juzgues por lo que sientes. Lo que sí eliges es cómo las gestionas: trata de tomar el control.

Por eso me gustaría aclarar que de pequeños nos engañaron, que eso de que hay emociones buenas y malas no es cierto, o no es del todo correcto: sin duda hay emociones que nos gustan más y otras que nos gustan menos (que por cierto, son la mayoría), agradables versus desagradables, ok. Pero todas las emociones son buenas porque todas son necesarias, cada una tiene un papel, una función, distinta. Como me gusta explicarle a mis niños, no nos gusta sentir miedo, pero lo necesitamos: si el conejito que está pastando en medio del campo no tuviese miedo al ver al zorro, si pensase «bueno con lo a gusto que estoy aquí, paso de correr a refugiarme a la madriguera», el zorro se lo comería. Así que tener miedo (con suerte) le va a salvar la vida, le va a hacer correr y correr hasta poder esconderse antes de que le pille. Pero como decíamos antes, cuidado con la gestión que hacemos de las emociones, que como ese miedo se haga muuuy grande, el conejito no podrá salir corriendo aunque quiera, porque estará paralizado y, de nuevo, el zorro se lo comerá.

#psicología #CuidarseUnoMismo #YoMeQuedoEnCasa #incertidumbre #ansiedad #miedo #TomaElControl #tips #ManzaParaTodos

Diapositiva8